Malvinas, en las manos de Pedro Miranda: entre bombas, segundos contados y la presión de salvar vidas

De bajo perfil y con la humildad característica de los grandes, el Veterano de Guerra de Malvinas Pedro Prudencio Miranda insiste en que su historia es como la de muchos otros. Lo cierto es que fue condecorado con la cruz al heroico valor en combate. Vio a la muerte de cerca, pero su mente y manos fueron más rápido que las bombas. Prudencio ganó tres batallas y logró salvar varias vidas. 

Por Patricia Fernández Mainardi

Vio a la muerte de cerca, pero su mente y manos fueron más rápido que las bombas. Esta es la historia del suboficial principal retirado de la Fuerza Aérea Argentina Pedro Prudencio Miranda quien, con el grado de suboficial auxiliar, participó de la Guerra de Malvinas. 

Por aquellos días, su cumpleaños número 30 lo encontró con esposa y tres hijos pequeños y, además, trabajando en defensa de nuestra soberanía con el personal de los escuadrones Mirage V “Dagger”, en la localidad fueguina de Río Grande.  


Al ser consultado sobre por qué le fue otorgada la Cruz al Heroico Valor en Combate, confesó: “Creo que Dios nos pone en cierto lugar y en determinados momentos. Después, está la reacción de cada uno. A mí me tocó vivir tres situaciones de desactivador de bombas que no fueron fáciles”, confiesa. 

Malvinas, entre la vida y la muerte : ¿cómo se viven los segundos antes de desactivar una bomba?
Miranda se refiere a tres momentos claves para él en la guerra. El primero tuvo lugar en el buque carguero “Formosa”, que había sido atacado el 1° de mayo con una de las bombas lanzadas en su interior, sin explotar. 

“Me ofrecí como voluntario. Me habían ordenado que mandara a un soltero. Pero, como yo era el más antiguo, me negué. Insistieron. Dije que no”, relata. Para Miranda, los minutos que pasaron entre su decisión y el traslado al buque fueron de los más difíciles de su vida. 

“Ese momento muerto que tenés, en el que caes en la cuenta de lo que te ofreciste a hacer, es terrible. Por eso entiendo a los pilotos… el nerviosismo que deben haber experimentado desde que recibían la orden hasta que se subían al avión, donde pasaban a enfocarse en la misión. Lo cierto es que en los momentos previos uno piensa en la familia. En mi caso, desde que me confirman que iba al ‘Formosa’, hasta que llegó al barco, habrán pasado entre siete u ocho horas”, recuerda. 


Tensión, adrenalina y miedo en la Guerra de Malvinas
En el “Formosa”, con poco tiempo, debió desarmar una espoleta: “Me temblaba todo. Era la una de la mañana, un frío espantoso y yo notaba que estaba todo mojado. Eran el miedo y la adrenalina. En dos momentos tuve que parar porque me temblaban las manos y tenía miedo de ser yo quien hiciera explotar la bomba. Miraba la foto de mis hijos y les pedía que me ayudaran y que me tranquilizaran. Lograba parar por un rato y continuaba trabajando…hasta que la desarmé”. 

Otra situación extrema para el suboficial de la Fuerza Aérea fue la vivida en el costado de la pista de aterrizaje cuando una aeronave de la Armada, con fallas y en emergencia, eyectó las bombas. “Nosotros teníamos aviones en vuelo que debían aterrizar y tenían apenas 10 minutos de combustible. No podían hacerlo al estar las bombas allí”, comenta. En aquella jornada Miranda también dijo presente. Desarmó tres de las cuatro que habían caído. La cuarta quedó en manos del personal de la Armada. 

A un día del cese del fuego en Malvinas: “Digo que Dios estuvo conmigo, porque ese día podríamos haber muerto”
Finalmente, a un día del cese del fuego, una tercera situación lo encontró en el momento indicado: “Fue el 13 de junio. Una situación histórica. Una escuadrilla nuestra salió a combatir y, mientras los pilotos estaban en los aviones, nos ordenaron cambiar una espoleta. Mientras lo hacíamos, esta se armó. Es una espoleta que explota a los pocos segundos. No sé cómo fue. Hasta el día de hoy ni yo mismo lo explico. Digo que Dios estuvo conmigo, pero en realidad estuvo cerca de todos, porque ese día podríamos haber muerto”. 

Rápido de reflejos, obviamente producto del adiestramiento previo, Miranda alcanzó a sacar la espoleta en el momento en el que se prendía fuego: “Salí con eso encendido y lo pude tirar”, cierra. 


Sobre el instante previo a lanzarla, señala: “No tuve tiempo. Fueron dos segundos y seis décimas. No hay tiempo para reflexionar. Fue reacción pura”, e insiste: “Si pensás, es un segundo perdido. Doy gracias a Dios porque en aquel momento no se me nubló la mente y reaccioné para sacarla. Si me hubiera detenido a pensar que me podía ocurrir algo, se me hubiese cruzado también que no iba a volver a ver a mi esposa e hijos”. 

Un instante eterno en la Guerra de Malvinas
Después de aquella difícil tarea que asumió con total entrega, Miranda relata que experimentó un quiebre. Los aviones que habían tenido que armar ya habían salido a volar. Fue entonces cuando cayó en la cuenta de lo que había ocurrido: “Reflexioné en lo cerca de la muerte que estuvimos. Dios me ayudó. Si yo intento hacer eso un millón de veces más, te puedo asegurar que no me sale. No sé por qué pude, hoy no entiendo”.  

Si bien esa situación lo marcó para siempre, la que más lo afectó, confiesa, fue la del buque “Formosa” ya que entre la orden y el cumplimiento efectivo de la misión transcurrieron varias horas. De hecho, Miranda narra que tenía un cuaderno donde tomó nota de los vuelos, pilotos caídos y otras instancias de la Guerra. 


El día que se ofreció para ir al buque carguero tomó una hoja y le escribió diez renglones a su esposa y dos renglones y medio a cada uno de sus hijos. Le dijo a uno de sus camaradas: “Gringo, cualquier cosa, esto se lo das a Gladys”. Sin embargo, cuenta, “cuando regresé no tuve el valor de volver a leerla. La rompí”. 

Con la emoción a flor de piel, continúa el relato: “Lógico que rezo, pero en ciertos momentos es dar gracias a la vida, a Dios por la vida. Eso llevo adentro mío. Mi otra gran satisfacción es que jamás, en un momento de peligro, envié a un subalterno. Los riesgos los corrí yo”. 

“¿Sabes qué? Yo me preparé para eso. Siempre digo que el personal de las Fuerzas Armadas hace una carrera similar a la de un deportista de élite. Quizás el deportista debe esperar algunos años para competir por una medalla. En cambio, nosotros, nos preparamos toda la vida para algo que no queremos que ocurra nunca, una guerra. Pero hay preparación”, agrega. 

“Me sentí culpable por no haber podido mantener Malvinas”
Hoy Miranda tiene siete nietos y dice ser feliz. Para llegar a este instante de plenitud, debió atravesar algunas batallas con sus propios recuerdos y sentimientos. Jamás había hablado con su esposa e hijos de Malvinas hasta que, cerca del año 2004, se enteraron de su historia a través de una periodista. Con su mamá, nunca pudo hablar del tema. 

“Hubo distintas situaciones. Yo me sentía culpable por no haber podido mantener Malvinas. Después, con el tiempo, entendí que se hizo todo lo que se pudo. Decir que no tuve miedo es la mentira más grande. Pero tengo la satisfacción de poder decir que el miedo jamás me paralizó y, a pesar de él, pude actuar”, dice. 


Pasaron más de 41 años de la Guerra y Miranda recuerda cada minuto de aquellos días. Perteneció a una de las unidades más jóvenes de la Fuerza Aérea. Se habían formado con aeronaves nuevas y uno de los sistemas de armas más sofisticados que había en aquel entonces. 

“Yo sabía todo lo que estaban dando los otros y eso me obligó a poner lo mío. Lo hice porque había ingresado a la Fuerza Aérea, porque habíamos hecho un juramento a la Bandera y porque lo tenía inculcado en mi ser. A mis 16 años yo ya era militar, aprendí a caminar en la Fuerza. En la vida hay que tener actitud y aptitud, las dos cosas deben ir juntas”, concluye.

Miranda, además, no deja de referirse a nuestra soberanía: “Malvinas no es una causa perdida. Hoy todo el mundo sabe que Inglaterra está ocupando nuestro territorio. Tenemos a nuestros 649 héroes que nos siguen marcando el rumbo”. Por último, también confiesa estar viviendo una procesión por dentro: por los padres que perdieron a sus hijos, las mujeres que quedaron viudas y los hijos que no pudieron volver a ver, e incluso conocer, a sus papás. 

“Es entrega. Nosotros defendimos la Patria, pero hacer Patria es también levantarse, a lo mejor, a sembrar un campo, levantar una pared, pararse en un aula a dar clases o ser un empresario honesto. Nosotros, en todo caso, somos los que defendemos la libertad de nuestra Patria, que, en definitiva, era lo que quería el General San Martín. No hay nada más valioso que eso”, finaliza. 



Fuente: https://defonline.com.ar/defensa/malvinas-en-las-manos-de-pedro-miranda-entre-bombas-segundos-contados-y-la-presion-de-salvar-vidas/

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